Un espacio tan grande como para hablar de todos ustedes, lo que no los hace importante.

lunes, 24 de febrero de 2014

Monologo


Sin preguntar, entró. Habló una hora y algo más.

A la media hora temí, sí, a veces le temo, aun.
Temí haber pasado media hora callado y que pensara que no me interesaba lo que hablaba, sí, temo que se note lo que pienso.
Así que remojé mis labios como inspirándome a hablar y en una pausa de sus compulsivos relatos, comencé a hablar yo, antes de la tercera palabra comenzó a hablar por sobre mi voz, alzó un poquito su volumen y bastó para que me callara.

Siguió otro tiempo más sin parar.
Cuando su monologo parecía ir terminando, volví a hilar aquel comentario que había quedado a medio iniciar.

Llegué a emitir solo una palabra más y volvió a hacer lo mismo.
Pero esta vez fue para dar término a la “conversación”.
Vi su chaqueta mecerse rápido al levantarse.
Y al minuto siguiente volví a estar solo en el cuarto.
Miré la hora.

Ni estando solo me paso tanto tiempo en silencio, pensé. 

sábado, 9 de noviembre de 2013

La moneda en el water.



Era viernes, por lo que pasada la mañana de trabajo mis pies casi caminaban solos en dirección a esa cita de todos los viernes. Nos encontramos un poco antes y el camino lo recorrimos juntos.

En vista de que el ascensor estaba, como siempre, en mantención, bajamos por las escaleras. Y es donde aparece el conflicto de mi vida llamado asco a las barandas, también llamado en otros episodios diarios como asco a las manillas y a veces conocido como asco a todo aquello que la gente toca y que no me consta que lo hayan hecho con las manos limpias.
Pero ante esto pasa el hecho de que necesito sujetarme de algo al bajar o tirito como una jalea,  por temor a las alturas o a estar de pie en todo aquello que supere los 50 centímetros.
Entonces queda algo así, me sujeto de la baranda de la cual todos se sujetan con sus manos con dedos aceitosos por esas famosas papas fritas del local de la esquina o quizás alguien estornudó bajo esa asquerosa costumbre popular de hacerlo en las manos y luego de sacárselas en el costado del pantalón  y luego bajó con esa mano estornudada sujetándose por esa misma baranda de la que debo sujetarme o quizás alguien que pasó al baño y evadió las miradas reguladoras salió sin lavárselas y luego ahí en esa misma baranda se encontraban restos de secreción corporal de alguien de poco escrúpulo o quizás o quizás o quizás. Entonces ahí quedo yo preguntándome si me sujeto de esa baranda o bajo a manos libres tiritando y sudando por esos metros de altura que tanto me intimidan.
Al menos ese viernes quien me acompañaba sabía de esto, ya que un par de veces usé el comodín de sujetarme de la chaqueta de la persona que iba bajando al lado, y antes de que comenzara a atormentarme me ofreció sujetarme de su brazo pero bastó a que sonara su teléfono para volver a quedar a la deriva de las escaleras, tomé la opción de sujetarme y ya en el primer piso pasar a lavarme las manos.
Pero entrar a un baño público es tan desagradable como tocar una baranda y a eso agregar las infaltables señales de baño hetero binarias para rehacer el género cada vez que te dan ganas de mear o cagar.
Entonces es dónde uno debe preguntarse si entrar en el que baño de “hombres” donde debes mear de pie para la verificación pública de tu propia masculinidad o entrar en el de “mujeres” donde hay un espejo que opera como panóptico en que te encuentras con miradas que inspeccionan tu feminidad.
Entonces bajo esas dos opciones entré por la puerta que menos olor a orina expedía o la que menos papel higiénico tuviera esparcido en el suelo. Al estar dentro caminé al primer baño de la fila que por experiencia previa sabía que era el único que contaba en su interior con un gancho para colgar las cosas y no dejarlas en el suelo húmedo y poder mear con algo de calma.
Cuando estaba a punto de bajar el cierre vi un circulo brillante nadando dentro de aquella prótesis de género llamado wáter.
Era una moneda, una grande y plateada moneda.
No iba a mear ahí.
No iba a mear la moneda.
Ya no tenía ganas de mear tampoco.
Porque aunque fui quien la vio no sería quien la sacara y tampoco yo quien tirara de la cadena para que la moneda se fuera.
Subí mi cierre, tomé mis cosas que colgaban del gancho y salí.
Quizás cuántos más hicieron lo mismo o quizás quién la sacaría de ahí.
Aun cerrado, aun cuando nadie me miraba, mantuve mi adecuación a los códigos,  yo no quiero eso.
Una parte de mi quería esa moneda.

Yo quería esa moneda. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Alcohol y drogas como protesta contra la monotonía de la existencia de vida


Y bueno, contra el humano también y esa ficción política que mantiene de ser macho o hembra y que no termina sólo ahí.


Escogí la resistencia a la normalización y es lo que me trajo a donde estoy y lo que me mantiene porque yo prefiero pensarme como otra cosa.


Y si se me viene todo abajo, a la mierda, porque no es el alcohol, es lo humano lo que me intoxica. 

domingo, 12 de mayo de 2013

No sé cómo lo recuerdas tú



En esos tiempos complicados que a veces, casi siempre y muy seguido tenemos, hubo un vacío en el que prendí la televisión, no la cambié, no le subí el volumen, sólo la encendí. No sé qué canal era, no recuerdo siquiera qué era, pero recuerdo la escena, veía un grupo de amigos almorzando al aire libre, habían cervezas, había gente sentada en el pasto, había gente ebria conversando sobre las mesitas de camping; mientras veía esa escena traté de imaginarme dentro de ella, se me hizo casi imposible hacerlo, cualquier cosa que se relacionara con risas era una utopía.
 
 
Pasó mucho tiempo.

Tomé dos cervezas y caminé hacía una banca, me senté de frente al sol, sentía como me quemaba, lo sentía enrojeciendo mi cara. Nos apartamos del resto. Él se había levantado del pasto junto conmigo y ya sentado frente a mí, de espalda al sol, me miró. Sentí todo completo. Sentí que todo era cosa de tiempo. Conversábamos pero a veces me perdía entre las palabras por no poder evitar pensar en lo que nos costó llegar hasta ese día. Sentí una carcajada nacer de todas mis partes y salir entre mis toscos labios que con esa misma emoción me acerqué a los suyos para hacerlo más cierto.

No sé cómo lo recordará, no sé siquiera si lo recuerda.

Yo quise dejarlo escrito.

lunes, 4 de marzo de 2013

En taxi

 
Un salto apresurado me hizo quedar tumbado en el asiento trasero del taxi, asiento que dejaba al descubierto el descuido del conductor sobre el estado del automóvil, así que dejé de preocuparme por mis zapatos llenos de barro y mi chaqueta mojada, chaqueta que ya estaba haciendo presencia en el interior, quise sacármela antes de ser más cómplice de la notoria falta de aseo de ese Volvo ochentero que al parecer las tres décadas siguientes de historia las acumuló en mugre, y podía ser cierto, quizás nunca fue removida la primera mancha de café que derramó el comprador mientras firmaba el contrato por aquel auto que en sus años bien pagados eran, o tal vez el primer chicle pegado bajo el asiento por el hijo malcriado que apresurado subió al auto nuevo de su padre, apresurado, como yo, en ese momento.
- A dónde lo llevo?
A mi casa, le respondí, iba apresurado por llegar al lugar que justamente estaba en lo último de mi lista, desee decirle que pusiera el motor en marcha y que diera la vuelva en 360 grados. Porque nunca debí despedirme, nunca debí seguir haciéndolo. Mi casa no está en la dirección que le di al taxista, estaba justamente del otro lado, donde ella. Ya no me importaba lo sucio que estuviese el asiento, apoyé mi cabeza hacia atrás, después de una vuelta brusca mi cara quedó pegada en el vidrio, el taxista se había pasado una luz en rojo, quise morir ahí, quise olvidarme de todo, la quise a ella, desee que ella aun esté cuando al fin de la vuelta.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Corruptos pero organizados

-Ese era el eslogan de la rutina de Coco Legrand llamada Terrícolas.-



Di el agua caliente de la ducha, bajé la tapa del baño y me senté a esperar que el agua dejara de salir helada, miré al suelo y había una hoja de un periódico que había pasado a cumplir la función de absorber las gotitas de agua que caían.
Me levanté para colocar la correspondiente alfombra de baño en su lugar y botar el papel que ya empezaba a deshacerse por lo empapado.
Cuando levanté la hoja, que ya casi estaba toda negra, reconocí un rostro arrugado con poca gracia y un traje de marciano algo contemporáneo, para no rasgar el papel ladee mi cabeza para leer la publicación, ya sólo se leía "Circus Ok, Providencia 1176" y más abajo "Terrícolas". Se trataba de una nueva rutina de Legrand, un montaje teatral de un calibre que no ha sido visto por ningún otro en Chile y como el mismo destaca después de años "ni en latinoamerica"


Desde muy pequeño escuchaba las rutinas de Coco Legrand por la televisión y aunque no entendía los chistes, me gustaba, fue entonces cuando nació mi sueño por ser humorista, sueño que murió al poco tiempo al darme cuenta que no tengo gracia para eso.
Aquel día que vi ese anuncio en el periódico quise ir, quise ir, quise ir, pero pasaron años y cada ciertos años Terrícolas se volvía a montar y nuevamente yo no estaba entre el público.

Así pasaron los años hasta un día, mientras hacía zapping a eso de las 3 de la mañana mientras esperaba a que mi novia mía llegara, vi nuevamente un rostro sin gracia pero esta vez sin traje de marciano, estaba de pie, dejé de cambiar convulsivamente los canales y con la emoción de un niño mientras ve sus monitos, me puse a escuchar la entrevista.

"Pasado el accidente llegó una oferta y yo más viejo y reflexivo la acepté, vendí Circus Ok y acá estoy, tengo que ser realista, no tengo gente que siga con esto, mis hijos están enfocados en otras carreras.

No estoy dramatizando cuando digo que en ese momento una parte de mi murió, bueno un poco, pero que angustia más grade, el mismo hombre que casi fue una figura paterna para mí que con su frase "Papá quiero ser artista, por qué no estudia  leyes y después ve? Y ahí crean a otro infeliz" o "Porque tienen un apellido con erres a los weones se les inflama el pecho, dan ganas de decirle suelta el aire hijo de tu santa madre"  Con esos chistes, esas frases, que desde infante escuché con atención ayudó a que abriera de a poco los ojos sobre lo que quería yo a diferencia de mi familia, así de importante llegó a ser su humor para mi.

Su teatro ya cerró y yo aun con ganas de haber ido.

Cerró y no alcancé a ir.

Pero el recuerdo está. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Veo, pero como la mierda.

-Hace lustros no escribo acá y no vine por algo especial, sólo vine, lo que no lo hace menos importante. -


Todo parte así, iba yo en el metro con aun unas 15 estaciones de distancia de mi destino. Iba todo bien según mi itinerario para viajes cortos, mis audífonos con el volumen a tope y mi bolso lleno de cosas que posiblemente podré querer usar en ese trayecto de 30 minutos.
Subieron un par de escolares, no lo supe por mirar sus faltas, no. Lo supe por sus gritos que a mi juicio   pertenecerían a pibas en plena adolescencia. Y no me equivoqué. Traté inmediatamente de ignorarlas pero una de ellas casi bota mi bolso y sus gritos sobrepasaban el volumen de cualquier audífono y hasta parlantes quizás.  Levanté la vista para saber por qué el escándalo, qué era lo tan grandioso como para correr de un lado a otro del vagón e interrumpir mi viaje corto.   Una de ellas, la "madura" o más “experimentada” del grupo se agacha y les comunica "no sean tontas si siguen paradas él las verá".
Se trataba de un grupo de adolescentes mirando a un lolito del vagón continuo. Si, por esas pequeñas ranuras que hay entre cada vagón ellas encontraron al amor de sus vidas y lo acosaron agachadas durante el resto de estaciones.
Yo por mi parte que estaba sin mis lentes y apenas podía divisar el rostro de la persona que estaba sentada al lado, pensé de paso en que quizás cuántas cosas me he perdido, cuántas veces se habrá sentado Megan Fox a mi lado y yo simplemente no la vi.
Quizás.